Buenos aires lo 
propone subterraneamente. Para quién no ha nacido en su seno, muy de a 
poco se descubre el placer de participar de un ritual que parece masivo,
 pero que invita a conectarse profundamente con uno y con la ciudad.
    Recorrer sus calles tiene misterio y encanto, es cierto, pero el recorrido de sus cafés es aún más enriquecedor.
    Llama la atención que tal plaga de
 establecimientos cafeteros se dé en uno de los países americanos que no
 produce café en forma significativa. El 99% del café que se consume 
aquí llega de brasil principalmente. La materia será ajena, el rito es 
autóctono. ¿En qué consta el rito? En nada más que sentarse a tomar un 
café. El resto llega por añadidura: la escritura, las miradas, los 
paisajes, los pensamientos. Una plaga que genere tal conexión es difícil
 de comparar.
 
 
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