sábado, 2 de marzo de 2013

La Giralda y el tiempo (#LaGiralda)




Ya lo dije. Me maravilla la conciencia sobre el crecimiento de ese espíritu cafetinero (no cafetero) que la ciudad me incita. Desde La Plata, ese satélite geo-administrativo, siempre he observado a Buenos Aires con una borrosa lejanía. Una lejanía que se fundamenta en las almas, si es que las tuvieran, de las ciudades. 

La mente tiene dos caminos para lo ininteligible: lo desecha o lo intenta resolver (otras veces lo carga como excusa, pero ahí ya aparece algo patológico que no viene al caso). Mi visión cataléjica de BA, nublada de incomprensión, disociaba el tango, las calles y los cafetines, y desechaba así la aprehensión de esa forma de respirar porteña.


Camino de espaldas al obelisco. La historia con sus mareas no pudo con ciertos locales. Entro sin saber bien porqué a un bar inalterado en su inmortalidad; como un espacio inconsciente de su rededor. No es ambientación de bar viejo: Es un bar viejo. Sus mesas, espejos, pisos, su carta (me tomé un toddy) y hasta sus mozos... Como si una falla del universo los aislara de la realidad. Desde su vidriera con marcos de madera la ciudad se transforma. ¿O es acaso uno quien se pierde en los rincones del tiempo?.

Gracias a la cuenta supe que aún seguía en mi realidad de siglo 21, así que guardé mis pesos ley en ilusorios bolsillos y salí de La Giralda silbando los tangos que me soplaba la inspiración bajo las luces de la calle Corrientes.




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